Los seres humanos estamos diseñados para tocar y ser tocados, razón por la cual tantas personas que viven solas han sufrido durante la pandemia. ¿Alguna vez nos recuperaremos por completo?
La necesidad del tacto existe desde antes del nacimiento, cuando el líquido amniótico del útero nos abraza y el sistema nervioso fetal puede distinguir nuestro propio cuerpo del de nuestra madre, todo nuestro concepto de nosotros mismos se basa en el contacto. El cuerpo humano ha construido todos sus modelos basándose en el tacto recibido de las personas que nos cuidan.
Como adultos, es posible que no comprendamos la importancia del tacto, incluso cuando desaparece. Podríamos darnos cuenta de que falta algo, pero no siempre sabremos que algo táctil falta. Cuando hablamos de la soledad, a menudo ignoramos lo obvio: lo que las personas solitarias no obtienen es el contacto físico.
El tacto tiene un gran impacto en nuestro bienestar psicológico y físico. Con nuestros amigos cercanos y familiares, nos tocamos más de lo que nos damos cuenta. Como adultos, tenemos en promedio cinco amigos a los que podemos llamar cuando algo nos falta. Se ve exactamente lo mismo en los primates. Incluso en comunidades de primates mucho más grandes, grupos de cinco mejores amigos aparecen, se juntan y es su forma de contacto social. En primates y humanos, estas intensas coaliciones actúan como un amortiguador; mantienen el mundo alejado de ti. No es sorprendente que en una encuesta se vio que las tres palabras más comunes utilizadas para describir el tacto fueron: reconfortante, cálido y amor.
A medida que la pandemia continúe, muchos de nosotros estaremos tratando de lidiar con un estrés profundo sin lo reconfortante del tacto. Todos tenemos diferentes necesidades pero la ausencia total de contacto desarregla el sistema que nos regula desde nuestros años preverbales.
El tacto puede atenuar los efectos del estrés y del dolor, físicos y emocionales. Se ha visto que la falta de contacto se asocia con una mayor ansiedad. En momentos de mucho estrés tener más contacto con los demás nos ayuda a sobrellevar mejor la situación, sobre todo para calmar los efectos del cortisol (la hormona del estrés).
En estados de mucho estrés, puede parecer que nuestros cuerpos apenas pueden contener nuestra emoción si no hay nadie allí para sostenernos. Muchos estudios apoyan la teoría de que el tacto le da al cerebro una señal de que puede delegar sus recursos para afrontar la situación porque alguien más está ahí para llevar la peor parte. Esto relaja el cuerpo.
Pero el tacto no es un solo sentido. Nuestra piel está cubierta de fibras nerviosas que reconocen la temperatura y la textura. Existe un conjunto de fibras puramente para registrar un tacto suave y acariciante: las aferentes táctiles. Estas neuronas, en la piel de todos los mamíferos sociales, transmiten señales eléctricas lentas a las partes del cerebro que procesan las emociones. Desempeñan un papel fundamental en el desarrollo del cerebro social y nuestra capacidad para soportar el estrés.
La mayor densidad de estas neuronas se encuentra en las partes que no podemos alcanzar nosotros mismos como los hombros y la espalda. La estimulación de estas neuronas libera oxitocina y dopamina y tiene un impacto directo en los niveles de cortisol, que regula nuestro estado de ánimo.
En esta época donde no hay contacto no hay un sustituto real para lo que obtenemos de otros humanos, pero hay formas de calmarnos. Los investigadores han descubierto que ver el tacto (en la televisión o en películas), especialmente el tacto social, afectivo o de mascotas, puede brindarnos algunos de los beneficios de sentir el tacto. Esto se llama toque indirecto. El cerebro codifica experiencias multisensoriales de varias formas. También podemos sentir el dolor y los placeres de los demás con solo observar. Este no es un sustituto permanente o completo, sino parcial. Los productos como las mantas pesadas o el interactuar con los animales puede ayudar.