El Cerebro en Pena.
El mundo siente un gran alivio ahora que parece acercarse el final de la etapa del COVID-19, pero no se va con las manos vacías. Este virus fatal se lleva entre manos miles de víctimas, dejando a los seres queridos con una enorme pena. La pérdida de un ser querido, ya sea por COVID o cualquier otra causa, es una de las experiencias más dolorosas de la vida. Y a pesar de que la pérdida puede presentarse de muchas formas diferentes, la forma de lidiar con la pena es prácticamente la misma.
Los científicos creen que el sentimiento de pena tiene algún propósito evolutivo. La teoría consiste en que el dolor de la pérdida del ser querido proporciona la motivación necesaria para salir a buscar a la persona en casos que es posible encontrarla. Esto es de gran beneficio para el miembro del grupo que se ha perdido y para el grupo en sí que se beneficia de la presencia de ese individuo. El dolor de una pérdida se puede presentar de muchas formas diferentes en el transcurso de la vida: anticipada, imprevista, y ambigua. Permítanme presentarles algunos ejemplos de cada una de estas situaciones:
I. Pérdida Anticipada: esto puede ser la pérdida de un ser querido que tenía alguna enfermedad terminal (como cáncer, enfermedad de Parkinson, o enfermedades neurodegenerativas) y por lo tanto su muerte solo era cuestión de tiempo.
II. Pérdida Imprevista: este tipo de pérdida puede ser bastante traumatizante. Esta puede ser la muerte repentina de algún ser querido por causa de algún accidente, un ataque al corazón, o una embolia.
III. Pérdida Ambigua: en esta pérdida, los familiares sufren una falta de cierre para poder despedir apropiadamente a su ser querido. Esto podría ser en el caso de que la persona sea secuestrada o se pierda en el mar o el desierto y nunca se sepa lo que realmente le pasó.
Cada una de estas maneras de pérdida son dolorosas en su propia forma. Algunas personas sugieren que las pérdidas anticipadas son menos dolorosas porque la familia tiene la oportunidad de vivir sus últimos días con el ser querido y prepararse para su muerte. Pero otras personas creen que la pena de muertes anticipadas causa más dolor y que una muerte menos prolongada provee un proceso de pena más rápido. La verdad es que todo tipo de pérdidas son dolorosas, hasta las que no son consideradas como “perdidas serias.” Por ejemplo, el divorcio de los padres, la pérdida de un trabajo, la pérdida de un amigo, y hasta el tener que renunciar a alguna actividad favorita por causas fuera de control.
Sea cual sea la pena, lo expertos indican que el cerebro suele pasar por el mismo proceso de recuperación:
1. Negación: rehusarse a aceptar la situación.
2. Coraje: hacia la situación, el mundo, y hasta Dios.
3. Negociación: intentando hacer “tratos” con Dios para cambiar o remediar el dolor.
4. Depresión: tristeza intensa que produce una sensación de vacío emocional.
5. Aceptación: este es el momento en que la persona puede aceptar la pérdida y seguir adelante con su vida.
Es muy probable que el mundo entero pasó por este proceso de pena al vivir tantas pérdidas de nuestra vida cotidiana durante la cuarentena de COVID-19 que ha parecido infinita. Y claro, no todas las personas pasan por este proceso exacto. Algunos pueden pasar por los pasos en una orden diferente o quizás hasta se salten algunos pasos completamente. Procesar las penas es una experiencia muy personal en cada individuo. El proceso que les he compartido es solo una teoría generalizada. Sin embargo, hay un factor que ha demostrado ser el más efectivo en la recuperación de las penas: rodearse de seres queridos. Es muy típico que al padecer una pérdida dolorosa las personas se enfoquen en ella y se aíslen de los demás. Pero hay que asegurarse de que la obsesión por una pérdida irreversible no nos dirija a una muerte en vida. Rocio González es estudiante de doctorado en neurociencia en la Universidad de Reno, Nevada. Graduada con licenciatura en Psicología de la Universidad Estatal de Sacramento, California.